Pero...Tal vez ya estamos en él, pero nadie se haya dado cuenta aún...

jueves, 27 de enero de 2011

1. "La niña de ojos pardos"


Bajé del tren, cargando varias maletas y mi mochila al hombro.
Caminé fuera de la estación de trenes, seguido por mi madre, quien llevaba unas pocas valijas. Le había dado para que cargara las menos pesadas a propósito. Era mi deber como buen hijo cuidar de ella. Yo ya tenía dieciséis años y era hijo único...era el hombre de la casa ahora que papá ya no estaba...el hombre nos dejó hace muchos años ya...y a pesar de que en ese entonces yo era tan solo un niño, desde ese instante decidí hacerme cargo de mi pobre madre, quien estaba destrozada. Tenía que ayudarla a volver a encaminarse en su vida...y eso es lo que he estado haciendo desde que era pequeño: cuidar de ella, ayudarla a sobrellevar todo lo ocurrido. Siempre había hecho lo mejor que había podido. Pero...a veces me preguntaba...¿quién me ayudaría a mí a volver a encontrar mi camino? Interesante pregunta...luego de todo este tiempo, aún no había encontrado una respuesta...
Seguí caminando en silencio junto a mi madre por las blancas veredas. Puse las manos en los bolsillos de mi chaqueta de cuero. Vaya, de verdad hacía frío...
Levanté la cabeza, ya que hasta ese momento había estado mirando el piso, y recorrí con la vista todo lo que me rodeaba: blanco, blanco, blanco...había pequeñas casas de aspecto bastante hogareño con sus techos cubiertos de nieve; árboles teñidos de blanco, sin dejar una sola hoja de color verde...
Posé la mirada sobre las altas montañas que se veían cada vez más cerca a medida que caminábamos...eran impresionantes...mucho mejor que los enormes edificios de Nueva York, por supuesto.
Tenía que admitir que todo este paisaje me cautivaba...pero lo cierto era que aún no había visto lo mejor...
Mientras recorríamos las desiertas calles (parecía que a la gente no le gustaba salir con tanto frío, ya que mi madre y yo eramos los únicos allí afuera), una silueta a lo lejos me llamó la atención: parecía ser una persona...parada en la mitad de la acera...no caminaba ni se movía...solo se quedaba ahí, plantada...me pareció que estaba de espaldas, así que supuse que quizás estuviera contemplando las colinas, al igual que yo...
Pude distinguir mejor esa misteriosa figura a medida que avanzaba más hacia ella...sin darme cuenta, ya había dejado a mi madre atrás...sin ser consciente de ello, estaba caminando cada vez más rápido...sentía curiosidad...aminoré la marcha...no quería asustarla...sí, definitivamente era una chica...por su estatura deduje que tendría unos trece o catorce años...llevaba puestos unos viejos y gastados jeans de color claro, unas zapatillas Conver color morado, una chaqueta roja que no parecía ser muy abrigada; alrededor del cuello, una delicada y fina bufanda blanca como la nieve...tenía el aspecto de ser muy suave...Y, por último, para completar esa extraña combinación, llevaba puesto un gorro blanco de lana.
El viento helado alborotaba su larga cabellera color castaño, la cual caía hasta la mitad de su espalda formando suaves ondas que relucían a la tenue luz del sol.
Me quedé observando a esa hipnotizante chica...a pesar de que sólo podía distinguir su espalda...
De repente, la muchacha se volteó bruscamente hacia mí, como si hubiera sabido todo el tiempo que la había estado observando...
Me sobresalté un poco, ya que estaba convencido de que la joven no había siquiera notado mi presencia.
Evalué cada detalle de su rostro...unos finos labios, una delicada nariz...no tenía flequillo. Su tez era blanca como la nieve...esa piel pálida y al parecer tan suave...
Pero lo que más me cautivó de ese hermoso rostro fueron sus ojos...eran de un color pardo...o eso creo...eran como una mezcla entre marrón y rojizo...
Miré fijamente esos ojos...ni siquiera tengo palabras para describirlos...un color café rodeaba la negra pupila, rodeado a su vez por un verde grisáceo...y esas largas pestañas...
Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en su edad...sí, mi teoría de que debía de tener unos catorce años estaba siendo confirmada...tenía un rostro de aspecto aniñado, a pesar de sus delicadas facciones que le daban un toque adulto.
Otra vez mi madre tuvo que sacarme de esta mágica ensoñación...
-Ian, date prisa-me apuró, sacudiendo mi brazo.
De repente, volví a la realidad. Fue como la violenta y desagradable sacudida que da un elevador cuando para en el piso que le corresponde.
Volví a sentir el frío azotando mi rostro cruelmente. Volví a sentir mis manos entumecidas a pesar de estar dentro de mis bolsillos. Volví a la realidad.
De verdad hubiera deseado haberme quedado todo el día observando a esa misteriosa chica de dulces rasgos y hechizantes ojos. Mientras había estado observándola había perdido completamente la noción del tiempo...no sabía si habían sido cinco minutos o una hora, pero durante ese tiempo había dejado de sentir frío...mis labios y cada parte de mi cuerpo habían dejado de estar entumecidas...
Fruncí el entrecejo ligeramente y seguí caminando mientras el viento alborotaba mi cabello.
A medida que me alejaba, en compañía de mi madre, me pareció sentir un par de ojos sobre mí...
Sonreí para mis adentros, deseando desde lo más profundo de mi ser que se trataran de los de la misteriosa niña de ojos pardos...

-----------------------------------------
Solamente quería agradecerles por los comentarios y por seguirme en este blog. Muchísimas gracias!
Y les quería pedir si por favor podrían hacerle promoción a esta nueva historia en sus blogs. Se los agradecería de todo corazón!
Los quiere,
Cande.

Prólogo: "Mudanza"


Miré por la ventana del tren, sumido en mis pensamientos.
No quería mudarme...bueno, no es que tuviera muchos amigos aquí en Nueva York, pero...
Simplemente no comprendía qué pasaba por la mente de mi madre. ¿Mudarnos a Canadá? ¿A otro país? ¿Sólo porque su novio la había engañado con otra mujer? Es decir, no quería ser insensible, pero mamá nunca se había detenido a pensar en lo que yo quería. Sólo cruzó el umbral del apartamento que estábamos rentando cargando varias cajas vacías, y dijo: "Nos mudamos." Sí, así de simple. Dijo que había conseguido un empleo de enfermera con una paga bastante decente en Jasper, un pequeño pueblo de Canadá enclavado en las Montañas Rocosas. Es decir, creo que era un cambio bastante grande mudarse de Nueva York (una ruidosa ciudad con millones de habitantes e imponentes edificios) a Jasper (un pueblecito con tan solo poco más de cuatro mil habitantes, rodeado de lagos y altas montañas).
Bueno, al fin y al cabo, quizás no fuera un mal cambio después de todo...quizás hiciera amigos en Canadá, no como en Nueva York, donde mi único amigo se llamaba Chucky y era un Ovejero Alemán callejero...Ah, Chucky...a él sí que lo extrañaría...todas las tardes trotando hacia mí en Central Park, mirándome con esos ojos suplicantes, esperando a que le diera algo de comer...era un buen perro...un tanto sarnoso, pero un buen perro al fin y al cabo.
De todas formas, había sido yo quien había elegido ser un solitario, con tan solo un perro como mejor amigo...no sé por qué, pero la gente de Nueva York simplemente no era mi tipo...nunca había disfrutado mucho la compañía...estar rodeado de gente...cosa que es imposible evitar en "la cuidad que nunca duerme". Pero...tenía esta diminuta y débil esperanza en mi interior de que quizás, sólo quizás, las cosas podrían llegar a ser diferentes en este pequeño pueblo...quizás este tren con tan pocos pasajeros en él me estuviera llevando hacia mi destino...hacia un lugar en el que todo podría cambiar...toda mi vida...
La voz de mi madre llamándome me sacó de mi ensueño violentamente.
-Ian...ya casi estamos llegando. Será mejor que te abrigues.
Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en el presente. Tomé mi chaqueta de cuero de dentro de mi mochila y me la puse. Siempre había amado esa chaqueta...el cuero negro como el carbón reluciendo a la luz del sol...había sido lo único que mi padre me había dejado, además de unos pocos billetes...
Fijé la vista en la empañada ventana del tren. No quería pensar en eso.
Pasé la mano por el vidrio para desempañarlo. Un escalofrío recorrió mi espina, subiendo por mi espalda cuando mi piel hizo contacto con el frío cristal...el helado cristal, mejor dicho.
Miré a través de la ventana a medida que sentía cómo el tren iba disminuyendo la velocidad. A lo lejos, pude ver unas impotentes montañas alzándose hasta las nubes, que cubrían sus picos nevados. Observé con fascinación cómo los copos de nieve caían, tiñendo el piso de la estación de trenes de un blanco invernal. Siempre me había gustado la nieve...pero en este lugar era diferente...casi mágica, podría decir.
Sonreí para mí mismo, cargándome la mochila al hombro y poniéndome de pie.
Ya no tenía duda alguna: este era el lugar...el lugar en que mi vida cambiaría por completo. Lo presentía...y deseaba que ese presentimiento fuera acertado desde lo más profundo de mi ser. Lo sabía. Esto era sólo el comienzo.