Pero...Tal vez ya estamos en él, pero nadie se haya dado cuenta aún...

lunes, 28 de marzo de 2011

UN FAVOR!

Holaaaa! Bueno, les quería pedir un favor. Si son fanáticos/as de Justin Bieber visiten el blog de una amiga que es nueva en blogger http://welovejustinarg.blogspot.com/ Por favor, entren, dejen comentarios, síganla, LO QUE SEA! xD En serio, el blog vale la pena. Tiene muy buenas noticias y fotos de este chico de un pequeño pueblo en Canadá jaja.
Bueno, muchísimas gracias.
Los quiere,
Cande.
Ah, pronto publicaré un nuevo capítulo. Perdón por la demora, es que ya empezó el colegio y no tengo mucho tiempo.

jueves, 10 de febrero de 2011

4. "Paraíso"


Sus largas pestañas negras eran las mismas, pero sus ojos...sus ojos ya no eran pardos...ya no había rastro de ese color café alrededor de sus oscuras pupilas y éste, rodeado a su vez por ese verde grisáceo...
Ahora eran de un color...humm...no sabía decir qué color era...ah, sí, claro. Color ámbar. Sí, ese era. Un color intermedio entre el marrón y avellana. Tenían un tono que podría ir desde un ligero amarillento a un rojizo dorado, y tinte cobrizo.
Eran preciosos, pero obviamente esos no eran los ojos que había visto ayer...
Sacudí la cabeza. Lo más probable era que estuviera usando lentes de contacto, o quizás tan solo hubiera sido el efecto de la luz o algo así...
Antes de que pudiera pensar en otra explicación mínimamente lógica, la muchacha parpadeó...bueno, no llamaría a eso "parpadear", ya que mantuvo sus ojos cerrados por varios segundos. Cuando volvió a abrirlos luego de tan solo unos pocos segundos, contemplé, perplejo, que esos ojos color ámbar que había estado observando hace unos minutos habían vuelto a su color original: pardo. Esa mezcla entre marrón y rojizo, rodeada de ese hermoso verde...
- Mi nombre es Rose - dijo la joven con esa voz dulce que tenía, esbozando una tímida sonrisa.
Asentí, saliendo de mi ensimismamiento.
Di unos pocos pasos hacia ella y me senté a su lado.
- Soy Ian - me presenté, devolviéndole la sonrisa.
Mientras la miraba directamente a los ojos, pensaba: "Debe de haber sido sólo mi imaginación...o un efecto de la luz..."
Ella me devolvía la mirada...no parecía incomodarle que la estuviera prácticamente perforando con la mirada...
A cualquier otra persona le hubiera parecido extraño o grosero que la miraran tan fijo...pero a ella no parecía importarle...
A mí tampoco me molestaba en absoluto que ella hiciera lo mismo conmigo. Es más, me sentía más cómodo con ella, a quien acababa de conocer, que con cualquier otra persona que conociera de años.
Siempre había sentido que no encajaba...pero ésta vez era diferente...
Y era porque Rose, esta joven misteriosa y desconocida de hermosos ojos sentada a mi lado, tampoco parecía encajar con el medio que la rodeaba. Lo supe al instante que la vi parada, sola, en medio de la acera. Y ahora, mirándola directamente a los ojos, pude comprobarlo.
Ninguno de los dos encajaba. Desencajábamos juntos, y era por eso que me sentía tan cómodo estando junto a ella...
Su suave voz me sacó de mis pensamientos.
- ¿Tu espalda está mejor?
Esa pregunta me tomó con la guardia baja. ¿Cómo demonios sabía que me dolía la espalda?
Quise responder, decir algo astuto o inteligente, pero lo único que salió de mi garganta fue un sonido ahogado que creo que Rose no logró oír.
- Ayer llevabas todas esas pesadas maletas al hombro - aclaró, con una sonrisa, como si hubiera notado la confusión en mi rostro.
Asentí lentamente.
Que chica más deductiva...y observadora...
Bueno, más que nada impredecible e inusual. Es decir, ¿a quién se le ocurriría hacer esa pregunta?
- Sí, estoy mejor. Gracias - esbocé una media sonrisa, desviando la mirada hacia el lago.
Fingí estar concentrado observando la superficie congelada en la que se reflejaban los potentes rayos de sol.
- Así que, eres nuevo en el pueblo, ¿verdad? - preguntó, también mirando hacia la transparente masa de agua. Su voz sonaba tranquila y su tono dulce y relajado. No parecía sentirse estúpida como yo me sentía en ese momento por mi patética respuesta a su pregunta anterior.
- Maldición. Tengo que aprender a relacionarme con la gente. ¿Que tal si pensaba que era antipático sólo porque no era capaz de sacar un tema de conversación o de dar respuestas más largas a sus preguntas? - pensé, preocupado.
Pero a Rose nada de esto parecía importarle. Hablaba con total naturalidad y ni una pizca de frustración ni nerviosismo se asomaba por su voz.
Volví a asentir con la cabeza, manteniendo los ojos sobre los brillantes destellos de luz que el sol arrancaba sobre la superficie congelada del lago.
- Sí, acabo de mudarme con mi madre...desde Nueva York - respondí.
- ¿Oh, de verdad? ¿Nueva York? Entonces has hecho un largo viaje...¿es bonito? - preguntó, con un dejo de curiosidad en la voz.
- ¿Nueva York?
- Sí.
- Bueno...no sé si "bonito" sería la palabra adecuada para describir a "La Ciudad Que Nunca Duerme"...no es nada comparado con este lugar - dije, esbozando una sonrisa, mientras miraba hacia las grandes e imponentes montañas a lo lejos.
Cada una de mis palabras habían sido completamente sinceras. De verdad me gustaba este lugar.
Ella asintió, sonriendo.
- Sí...a veces pienso que sólo el Cielo puede superar este paraíso... - rió alegremente, sacudiendo la cabeza. Agregó: - Lo que es irónico porque dicen que el Cielo es el paraíso.
Reí con ella, observando las colinas más cercanas que rodeaban el lago y el lugar en donde nos encontrábamos.
- ¿Sabes qué es extraño? - preguntó unos minutos más tarde.
- ¿Qué? - inquirí, con curiosidad.
- Que acabo de decir "Lo que es irónico porque dicen que el Cielo es el paraíso". Dicen... - pronunció esa palabra en un tono pensativo, lejano - ¿Quiénes dicen? ¿Cómo pueden saberlo? Es decir, todo el mundo habla del Cielo y del paraíso...pero, ¿cómo pueden saber realmente cómo es si nunca lo han visitado? Tal vez ya estamos en él, pero nadie se haya dado cuenta aún...
No respondí a las preguntas que había hecho porque no parecía estar esperando una respuesta. Además, sus palabras me habían dejado con un aire pensativo...en especial su última oración: "Tal vez ya estamos en él, pero nadie se haya dado cuenta aún". ¿A qué se refería con eso? No podíamos estar en el paraíso...es decir, podíamos llamar a este lugar paraíso, como la gente hacía con el Cielo, pero eso no significaba que lo fuera...
Esas extrañas palabras que había dicho aún rondaban en mi cabeza. Jamás me había detenido a plantearme eso...
Definitivamente, aún habían muchas cosas que no sabía sobre Rose...muchos secretos más ocultos detrás de esos hipnóticos ojos...
Ella era un misterio para mí y eso me agradaba de algún modo...
Quería llegar a conocerla mejor, llegar a descifrar esos extraños acertijos que me había planteado...
La miré de reojo, mientras esa enigmática oración que había pronunciado rondaba en mi mente: "Tal vez ya estamos en él, pero nadie se haya dado cuenta aún..."

sábado, 5 de febrero de 2011

3. "Ojos"


Parpadeé varias veces al sentir la molesta luz del sol sobre mis ojos.
Me desperecé y comprobé con un gran alivio que el dolor había disminuido notablemente durante la noche.
Miré mi reloj de pulsera. ¡¿Las ocho de la mañana?! ¿Por qué me había despertado a un horario tan inhumano en un Domingo?
Eché un vistazo al gran ventanal situado en la pared opuesta a la que estaba apoyada la cabecera de la cama. No habían cortinas así que los primeros rayos de la mañana se filtraban por el transparente vidrio.
Rendido, decidí levantarme. Ya no iba a poder volver a dormirme.
Me vestí lentamente y en silencio. No quería despertar a mi madre. Honestamente, me puse lo primero que encontré en una valija que se encontraba cerca de mi cama: unos jeans oscuros, una remera negra y una cazadora color beige. Ah, y por supuesto esos tenis viejos que siempre había adorado...no me pregunten porqué.
Salí de la habitación aún llena de cajas y maletas y caminé como un zombie hacia el baño.
Arrastré los pies (pisando los largos pantalones que terminaban debajo de mis talones) hasta el lavabo y me lavé la cara, intentando despertarme un poco.
Me miré al espejo y estudié mi rostro: ojos pequeños de un color verde grisáceo, labios delgados pero no demasiado, nariz rara...sí, rara. No era ni gruesa ni fina, ni grande ni pequeña...¿mediana, quizás? No tenía ni idea. En fin, sigo: cabello castaño y alborotado la mayoría de las veces. En cuanto al largo, no era ni demasiado corto ni demasiado largo estilo hippie. Llevaba la raya casi al medio. El lacio cabello caía sobre ambos lados de mi frente, dejando tan solo unos pocos mechones sobre la parte central.
Sonreí y pude ver en mi reflejo unos dientes blancos y bien cuidados. Observé, divertido, como se formaban unos hoyuelos bastante marcados en las comisuras de mi boca y en mis mejillas, dándome un aspecto casi infantil.
Solté una risa entre dientes mientras salía del baño y caminaba en silencio hacia la puerta principal.
Tomé un abrigo color negro que había dejado sobre el sofá el día anterior y me lo puse encima de la cazadora.
Salí de la casa y cerré la puerta de entrada, intentando hacer el menor ruido posible.
Comencé a caminar por las desiertas calles cubiertas de nieve, poniendo las manos en los bolsillos.
Vaya que hacía frío. El viento no era tan cruel como ayer, pero aún lograba helar cada parte de mi cuerpo.
Miré a mi alrededor: nadie. Claro, eran las ocho de la mañana en Domingo. Yo era el único psicópata al que se le ocurría andar vagabundeando a esas horas.
Luego de caminar varias cuadras encontré un letrero con un mapa del pueblo. Me detuve y lo examiné hasta que encontré la ubicación del lago.
Caminé en esa dirección, mirando alrededor todas las casas...todas tenían ese aspecto hogareño y familiar tan típico de los cuentos infantiles de antes de irse a la cama...
Después de recorrer algunas cuadras más, noté como las cabañas empezaban a desaparecer y comenzaba la parte deshabitada del pueblo.
Miré hacia abajo. Ya no estaba pisando asfalto cubierto de nieve, sino tierra teñida de blanco.
Levanté la mirada mientras intentaba avanzar torpemente por la capa de nieve que cubría el suelo, pero el hecho de que cada vez se hiciera más gruesa dificultaba mi objetivo. Debería haber traído botas para la nieve, no estos desgastados tenis...
Suspiré, frustrado.
Estaba por darme la vuelta y regresar cuando divisé una figura en la lejanía...
Como me pareció extraño que alguien más además que yo anduviera en ese lugar tan temprano en fin de semana, la curiosidad me invadió, así que olvidé la idea de volver al pueblo y seguí avanzando hacia esa silueta, usando todas mis fuerzas para levantar mi pie derecho enterrado profundamente en la nieve. Finalmente, lo logré. Con lentitud para no caerme, por fin logré avanzar. Primero un pie, luego el otro, y luego el otro...
Sonreí para mí mismo a medida que mis ojos captaban el lago. El sol de la mañana desprendía destellos de luz sobre la superficie congelada de la gran masa de agua helada.
A medida que me acercaba más a la orilla, la capa de nieve se iba haciendo cada vez más fina, así que pude caminar con mucha más facilidad.
Una sensación de sorpresa me invadió al ver más de cerca esa figura. El cabello castaño ondulado y suelto, cayendo hasta la mitad de la espalda de la niña sentada a orillas del lago, quien llevaba unas zapatillas Conver moradas y una bufanda blanca como la nieve...era ella, no había duda de eso...
La diferencia era que esta vez no llevaba gorro, y una chaqueta de jean y unos pantalones no tan gastados y un tono más oscuros reemplazaban a su atuendo del día de ayer.
Tragué saliva, un tanto nervioso. Nunca había sido bueno en relaciones sociales...No estaba muy seguro de qué debía decir primero...
Abrí la boca para hablar, pero antes de que pudiera decir siquiera una palabra, una voz dulce y suave como la brisa que acariciaba mi rostro en ese momento, se me adelantó:
-Hola.
Giró un poco la cabeza y me miró por encima de su hombro, dedicándome una amigable y hermosa sonrisa.
Me quedé helado al oír esa hechizante voz...
Estudié cada uno de sus rasgos para comprobar que se trataba de ella: labios finos, nariz delicada, piel pálida y con aspecto de ser tan suave como el terciopelo...
Me detuve en sus ojos. Los observé fijamente en estado de shock, paralizado por la sorpresa. Esos ojos hipnóticos e inhumanamente hermosos miraban directamente hacia los míos...
Hubiera jurado que esa joven sentada allí era la niña de ojos pardos que había visto ayer parada en la acera. Es decir, todos sus delicados rasgos eran los mismos, incluso sus zapatillas y su bufanda eran idénticos...
Pero esos ojos la delataban.
Esos ojos no eran sus ojos...

jueves, 3 de febrero de 2011

2. "La nueva casa"


Seguí a mi madre hacia el interior de esa pequeña casa de un piso, tejado nevado y paredes construidas con troncos de árboles cuidadosamente barnizdos que ahora sería nuestro hogar...
Todas las casas de este pueblo tenían un aspecto parecido vistas desde afuera; algunas más grandes, otras más chicas, pero todas tenían más o menos el mismo diseño.
Sentí un gran alivio al cerrar de una patada (ya que mis manos estaban ocupados cargando varias maletas) la puerta de entrada. La cabaña no era muy cálida, pero al menos ya no sentía ese viento helado abrazando cruelmente cada parte de mi cuerpo, ahora agarrotado.
Dejé caer las valijas en el suelo y sentí un alivio aún mayor al librarme de todo aquel peso. Desgraciadamente, esa agradable sensación no duró mucho, ya que, casi instantáneamente, un terrible dolor comenzó a subir desde mis piernas hasta mis brazos, hombros y espalda.
Con cierta dificultad, me tumbé en un sillón grande que estaba cerca de la puerta principal.
Mi madre miraba y tocaba cada cosa a su alrededor, con la curiosidad propia de una niña de cinco años en un lugar desconocido a sus ojos.
Cerré los ojos, intentando olvidar el intenso dolor que recorría mis huesos.
La verdad no me interesaba demasiado "inspeccionar" cada rincón de la casa como mi madre lo estaba haciendo en ese momento. La sola idea me parecía aburrida y, con mi cuerpo entumecido, muy cansadora.
-¿No es encantadora la casa, cariño? - me preguntó mi madre con un dejo de infantil excitación en la voz.
-Sí, sí... - respondí en un murmullo casi ininteligible, aún manteniendo los ojos cerrados.
Lo único que ocupaba mi mente en aquel momento era la imagen de esa misteriosa chica...y sus ojos...esos ojos...
Nunca antes había visto ojos como aquellos...eran...hermosos...hipnóticos...
Como por tercera vez en el día, la voz chillona y, en este momento, un tanto impaciente y enfadada de mi madre, interrumpió mis profundos y placenteros pensamientos.
-Ian, ayúdame a desempacar, no seas holgazán.
Abrí los ojos con lentitud y me desperecé perezosamente. Mala idea. Un dolor mucho más intenso que el anterior atacó cada parte de mi cuerpo. Maldije para mis adentros mientras me levantaba del sofá con dificultad. ¿Acaso mi madre me había llamado holgazán? ¿Yo holgazán? Por si no lo recordaba, había sido yo, Ian, quien había llevado todas esas pesadas maletas de camino a la casa.
Mientras arrastraba con torpeza algunas maletas hacia la habitación que mi madre me había indicado, sería mi nuevo cuarto, me lamentaba para mis adentros. Ah, como me hubiera gustado haber seguido sumido en ese precioso recuerdo...Me había dado cuenta de que, una vez más, había olvidado la realidad, perdido en esos ojos...Otra vez había olvidado el inmenso dolor que sentía, perdiéndome en lo más profundo de esos hermosos ojos color pardo...y esas largas y negras pestañas...
De repente, un pensamiento, no...un deseo, apareció en mi mente: tenía que conocer a esa chica...debía conocerla...

jueves, 27 de enero de 2011

1. "La niña de ojos pardos"


Bajé del tren, cargando varias maletas y mi mochila al hombro.
Caminé fuera de la estación de trenes, seguido por mi madre, quien llevaba unas pocas valijas. Le había dado para que cargara las menos pesadas a propósito. Era mi deber como buen hijo cuidar de ella. Yo ya tenía dieciséis años y era hijo único...era el hombre de la casa ahora que papá ya no estaba...el hombre nos dejó hace muchos años ya...y a pesar de que en ese entonces yo era tan solo un niño, desde ese instante decidí hacerme cargo de mi pobre madre, quien estaba destrozada. Tenía que ayudarla a volver a encaminarse en su vida...y eso es lo que he estado haciendo desde que era pequeño: cuidar de ella, ayudarla a sobrellevar todo lo ocurrido. Siempre había hecho lo mejor que había podido. Pero...a veces me preguntaba...¿quién me ayudaría a mí a volver a encontrar mi camino? Interesante pregunta...luego de todo este tiempo, aún no había encontrado una respuesta...
Seguí caminando en silencio junto a mi madre por las blancas veredas. Puse las manos en los bolsillos de mi chaqueta de cuero. Vaya, de verdad hacía frío...
Levanté la cabeza, ya que hasta ese momento había estado mirando el piso, y recorrí con la vista todo lo que me rodeaba: blanco, blanco, blanco...había pequeñas casas de aspecto bastante hogareño con sus techos cubiertos de nieve; árboles teñidos de blanco, sin dejar una sola hoja de color verde...
Posé la mirada sobre las altas montañas que se veían cada vez más cerca a medida que caminábamos...eran impresionantes...mucho mejor que los enormes edificios de Nueva York, por supuesto.
Tenía que admitir que todo este paisaje me cautivaba...pero lo cierto era que aún no había visto lo mejor...
Mientras recorríamos las desiertas calles (parecía que a la gente no le gustaba salir con tanto frío, ya que mi madre y yo eramos los únicos allí afuera), una silueta a lo lejos me llamó la atención: parecía ser una persona...parada en la mitad de la acera...no caminaba ni se movía...solo se quedaba ahí, plantada...me pareció que estaba de espaldas, así que supuse que quizás estuviera contemplando las colinas, al igual que yo...
Pude distinguir mejor esa misteriosa figura a medida que avanzaba más hacia ella...sin darme cuenta, ya había dejado a mi madre atrás...sin ser consciente de ello, estaba caminando cada vez más rápido...sentía curiosidad...aminoré la marcha...no quería asustarla...sí, definitivamente era una chica...por su estatura deduje que tendría unos trece o catorce años...llevaba puestos unos viejos y gastados jeans de color claro, unas zapatillas Conver color morado, una chaqueta roja que no parecía ser muy abrigada; alrededor del cuello, una delicada y fina bufanda blanca como la nieve...tenía el aspecto de ser muy suave...Y, por último, para completar esa extraña combinación, llevaba puesto un gorro blanco de lana.
El viento helado alborotaba su larga cabellera color castaño, la cual caía hasta la mitad de su espalda formando suaves ondas que relucían a la tenue luz del sol.
Me quedé observando a esa hipnotizante chica...a pesar de que sólo podía distinguir su espalda...
De repente, la muchacha se volteó bruscamente hacia mí, como si hubiera sabido todo el tiempo que la había estado observando...
Me sobresalté un poco, ya que estaba convencido de que la joven no había siquiera notado mi presencia.
Evalué cada detalle de su rostro...unos finos labios, una delicada nariz...no tenía flequillo. Su tez era blanca como la nieve...esa piel pálida y al parecer tan suave...
Pero lo que más me cautivó de ese hermoso rostro fueron sus ojos...eran de un color pardo...o eso creo...eran como una mezcla entre marrón y rojizo...
Miré fijamente esos ojos...ni siquiera tengo palabras para describirlos...un color café rodeaba la negra pupila, rodeado a su vez por un verde grisáceo...y esas largas pestañas...
Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en su edad...sí, mi teoría de que debía de tener unos catorce años estaba siendo confirmada...tenía un rostro de aspecto aniñado, a pesar de sus delicadas facciones que le daban un toque adulto.
Otra vez mi madre tuvo que sacarme de esta mágica ensoñación...
-Ian, date prisa-me apuró, sacudiendo mi brazo.
De repente, volví a la realidad. Fue como la violenta y desagradable sacudida que da un elevador cuando para en el piso que le corresponde.
Volví a sentir el frío azotando mi rostro cruelmente. Volví a sentir mis manos entumecidas a pesar de estar dentro de mis bolsillos. Volví a la realidad.
De verdad hubiera deseado haberme quedado todo el día observando a esa misteriosa chica de dulces rasgos y hechizantes ojos. Mientras había estado observándola había perdido completamente la noción del tiempo...no sabía si habían sido cinco minutos o una hora, pero durante ese tiempo había dejado de sentir frío...mis labios y cada parte de mi cuerpo habían dejado de estar entumecidas...
Fruncí el entrecejo ligeramente y seguí caminando mientras el viento alborotaba mi cabello.
A medida que me alejaba, en compañía de mi madre, me pareció sentir un par de ojos sobre mí...
Sonreí para mis adentros, deseando desde lo más profundo de mi ser que se trataran de los de la misteriosa niña de ojos pardos...

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Solamente quería agradecerles por los comentarios y por seguirme en este blog. Muchísimas gracias!
Y les quería pedir si por favor podrían hacerle promoción a esta nueva historia en sus blogs. Se los agradecería de todo corazón!
Los quiere,
Cande.

Prólogo: "Mudanza"


Miré por la ventana del tren, sumido en mis pensamientos.
No quería mudarme...bueno, no es que tuviera muchos amigos aquí en Nueva York, pero...
Simplemente no comprendía qué pasaba por la mente de mi madre. ¿Mudarnos a Canadá? ¿A otro país? ¿Sólo porque su novio la había engañado con otra mujer? Es decir, no quería ser insensible, pero mamá nunca se había detenido a pensar en lo que yo quería. Sólo cruzó el umbral del apartamento que estábamos rentando cargando varias cajas vacías, y dijo: "Nos mudamos." Sí, así de simple. Dijo que había conseguido un empleo de enfermera con una paga bastante decente en Jasper, un pequeño pueblo de Canadá enclavado en las Montañas Rocosas. Es decir, creo que era un cambio bastante grande mudarse de Nueva York (una ruidosa ciudad con millones de habitantes e imponentes edificios) a Jasper (un pueblecito con tan solo poco más de cuatro mil habitantes, rodeado de lagos y altas montañas).
Bueno, al fin y al cabo, quizás no fuera un mal cambio después de todo...quizás hiciera amigos en Canadá, no como en Nueva York, donde mi único amigo se llamaba Chucky y era un Ovejero Alemán callejero...Ah, Chucky...a él sí que lo extrañaría...todas las tardes trotando hacia mí en Central Park, mirándome con esos ojos suplicantes, esperando a que le diera algo de comer...era un buen perro...un tanto sarnoso, pero un buen perro al fin y al cabo.
De todas formas, había sido yo quien había elegido ser un solitario, con tan solo un perro como mejor amigo...no sé por qué, pero la gente de Nueva York simplemente no era mi tipo...nunca había disfrutado mucho la compañía...estar rodeado de gente...cosa que es imposible evitar en "la cuidad que nunca duerme". Pero...tenía esta diminuta y débil esperanza en mi interior de que quizás, sólo quizás, las cosas podrían llegar a ser diferentes en este pequeño pueblo...quizás este tren con tan pocos pasajeros en él me estuviera llevando hacia mi destino...hacia un lugar en el que todo podría cambiar...toda mi vida...
La voz de mi madre llamándome me sacó de mi ensueño violentamente.
-Ian...ya casi estamos llegando. Será mejor que te abrigues.
Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en el presente. Tomé mi chaqueta de cuero de dentro de mi mochila y me la puse. Siempre había amado esa chaqueta...el cuero negro como el carbón reluciendo a la luz del sol...había sido lo único que mi padre me había dejado, además de unos pocos billetes...
Fijé la vista en la empañada ventana del tren. No quería pensar en eso.
Pasé la mano por el vidrio para desempañarlo. Un escalofrío recorrió mi espina, subiendo por mi espalda cuando mi piel hizo contacto con el frío cristal...el helado cristal, mejor dicho.
Miré a través de la ventana a medida que sentía cómo el tren iba disminuyendo la velocidad. A lo lejos, pude ver unas impotentes montañas alzándose hasta las nubes, que cubrían sus picos nevados. Observé con fascinación cómo los copos de nieve caían, tiñendo el piso de la estación de trenes de un blanco invernal. Siempre me había gustado la nieve...pero en este lugar era diferente...casi mágica, podría decir.
Sonreí para mí mismo, cargándome la mochila al hombro y poniéndome de pie.
Ya no tenía duda alguna: este era el lugar...el lugar en que mi vida cambiaría por completo. Lo presentía...y deseaba que ese presentimiento fuera acertado desde lo más profundo de mi ser. Lo sabía. Esto era sólo el comienzo.